!Gracias a todos!
En breve colgaremos la lista completa de los libros recogidos y los mandaremos todos a Colombia.
Libros para la Tramacúa
Un proyecto del Colectivo Fu
jueves, 4 de noviembre de 2010
miércoles, 23 de junio de 2010
Los 333 libros de Juan Marsé
JUAN MARSÉ HA ELEGIDO 333 LIBROS PARA LA TRAMACÚA. LOS ESTAMOS CONSIGUIENDO Y NECESITAMOS TU AYUDA. !DONA UN LIBRO!
* Los libros sombreados en rosa y en verde son los que ya hemos reunido. Selecciona otro libro de la lista y encuentra la forma más útil para ti de donar revisando la información que se encuentra a la derecha.
* Los libros sombreados en rosa y en verde son los que ya hemos reunido. Selecciona otro libro de la lista y encuentra la forma más útil para ti de donar revisando la información que se encuentra a la derecha.
lunes, 21 de junio de 2010
LIBROS PARA LA TRAMACÚA
Uno de los objetivos principales del COLECTIVO FU es la creación de bibliotecas públicas de alto nivel en sitios en los que un libro puede, de verdad, tener un valor definitivo. Ayudar a alguien a tener una vida mejor. Y, con esta intención, buscamos ayuda y financiación para cada proyecto específico. E invitamos a un escritor de renombre, un editor, librero o un buen lector a hacer una selección específica y destinada a los usuarios de cada uno de los proyectos.
Por ahora tenemos tres proyectos en marcha:
a) Biblioteca infantil y para víctimas del maltrato y la prostitución en la casa refugio que la periodista Lydia Cacho tiene en Cancún y Ciudad Juárez, México
B) Biblioteca de alfabetización en la comunidad indígena de Shishmay, Perú
C) Biblioteca Juan Marsé en la Prisión de Valledupar, Colombia.
Porque este proyecto colombiano ha sido con el que hemos querido empezar.
Y para ello invitamos al escritor Juan Marsé a colaborar con nosotros haciendo una selección de libros destinados a los lectores de La Tramacúa. La lista ya está hecha. Y con el apoyo de la Escola de Cultura de Pau de la Universitat Autònoma de Barcelona, la Casa Amèrica Catalunya, las librerías Laie y La Central, así como diversas editoriales y voluntarios, empezamos a recoger libros y empacarlos, para, a la mayor brevedad, concluir con la donación y poder mandar los libros que ha seleccionado Marsé.
En Colombia el INPEC (Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario) organismo que ya ha aceptado la donación del colectivo FU para promover un proyecto que, bajo el nombre de Libroterapia, no sólo facilitaría la creación de una biblioteca en la Tramacúa sino que evitaría que los mil quinientos presos que viven ahí como si estuvieran radicalmente solos pudieran durante el tiempo que pasan en sus celdas salir.
De modo que comenzamos. Estamos listos. Necesitamos tu ayuda.
LA TRAMACÚA
YESID ARTETA
Tramacúa, es una expresión castiza perteneciente al lenguaje vernáculo de la Costa Caribe colombiana y equivale a los adjetivos: enorme, descomunal, gigantesco, demasiado grande… Tal es el calificativo con el que los lugareños han bautizado a la penitenciaria de Valledupar. Para llegar hasta las instalaciones del penal hay que recorrer desde la capital de la provincia del Cesar tres cuartos de legua a través de una ardiente y polvorienta trocha.
Durante la mayor parte del año la temperatura que reina en el valle de Upar está por encima de los 40º centígrados y la carencia de una infraestructura adecuada hace que el agua llegue restringida hasta el presidio. Los reclusos colombianos la consideran como la prisión más inhóspita del país.
La penitenciaria que fue inaugurada en noviembre de 2000 alberga en sus ocho pabellones entre 1500 y 1600 reos sentenciados por diversos delitos. La inmensa mayoría de los reclusos están allí cumpliendo largas condenas amén de que se encuentran alejados de sus lugares de origen y de su entorno familiar. Por tal motivo son pocos los prisioneros que reciben algún tipo de ayuda material o espiritual de parte de sus familiares, factor que agrava las duras condiciones de confinamiento.
La lectura es uno de los pocos pasatiempos con los que pueden gozar los reclusos, sin embargo la penitenciaria – por razones presupuestarias y la ausencia de una eficaz política de resocialización hacía los penados – no cuenta con libros suficientes para aliviar el castigo, y por tanto el ocio y la pérdida de esperanza hace que el enfado y la desazón se transformen en actos violentos. Son habituales las agresiones entre los propios reclusos o contra los guardianes y viceversa. En casos extremos algunos reclusos optan por poner fin al sufrimiento mediante el suicidio (ahorcamiento o corte de las venas), particularmente aquellos que se encuentran en las celdas de aislamiento.
Un grupo de personas que en el pasado tuvimos la desgracia de purgar algunos meses o años en la penitenciaria de Valledupar y que ahora gozamos de la libertad, nos hemos propuesto a la tarea de organizar una biblioteca de calidad para hacerla llegar a las autoridades del penal a fin de que se pueda implementar un plan de lectura. Por experiencia sabemos de cuán incalculable es el valor de un relato, una crónica, una novela o de un reportaje, cuando la vida se reduce a doce metros de libertad: el espacio físico de una celda. La literatura, no hay duda, nos ayudó a enfrentar la adversidad.
Barcelona, primavera de 2010
LA CÁRCEL ES EL MEJOR LUGAR PARA LEER
O cómo librar una batalla con los libros de Nietzsche en un penal colombiano.
LOLITA BOSCH
LOLITA BOSCH
Lo retaron. O eso sintió Arteta. Porque un bandido llevaba varios días en el patio diciéndole que había leído esto de Nietzsche y que había leído lo otro. De modo que él pidió a alguien de afuera que le mandara todos los libros del filósofo alemán, esperó a que le llegaran, organizó el tiempo de encierro en su celda, leyó la obra completa que había recibido y entonces sí: salió al patio ufano, seguro y dispuesto a retarse con el bandido. Y entonces lo enfrentó delante de todos. Algo así como: dime tú qué cosa has leído y te lo cuestionaré. Y entonces los otros presos se fueron acercando y observaron la discusión dialéctica de los dos hombres como si vieran una pelea de gallos. Y tal vez algunos la seguían mejor que otros o había quien, de plano, no logró entender nada. Pero les gustaba ver bronca y comprendían bien los códigos de las discusiones. Eran ex guerrilleros, narcotraficantes, ladrones, asesinos, estafadores... Y además: no tenían nada más que hacer. En las prisiones lo que sobra es tiempo. Y los presos pasan tanto tiempo solos pensando en todo lo que quedó afuera, que en el poco espacio que comparten con los demás lo que quieren es vida: acción, discusión, amistad, pelea, reconciliación. Porque en penales como el de Valledupar, cuando termina el patio los encierran en una celda en la que pasan mirando al techo de 11 a 23 horas, dependiendo del grado de castigo que les haya sido impuesto. Así es en la Prisión de Valledupar, en la que se encuentran recluidos alrededor de mil quinientos presos y que se construyó en el año 2000 en un zona localizada a más de 800 kilómetros de Bogotá en la pata de la imponente Sierra Nevada de Santa Marta, un ardiente valle que suele estar por arriba de 40 grados centígrados. Se conoce popularmente con el nombre de la Tramacúa, que en el argot caribeño significa inmenso. Y me cuenta Yesid Arteta que los reclusos colombianos la consideran la prisión más inhumana del país.
El pasó casi un año y medio, de los diez que le impusieron por rebelión armada con las FARC, en la Tramacúa. Luego salió, viajó a España y hoy es investigador en la Escola de Pau de la Universitat Autònoma de Bellaterra, un observador de conflictos internacionales auspiciado por la UNESCO. Y cuando le dije que tenía pensado viajar a Colombia, me contó las condiciones en las que viven los presos en la Tramacúa, la ausencia total de vías de rehabilitación y readaptación que ofrece el penal, y el valor que un libro puede tener en un lugar aislado, lento, casi muerto como aquel. Y yo le hablé de un proyecto en el que trabajo con un colectivo llamado FU con el que pretendemos mandar libros a lugares de América Latina en los que la lectura pueda, efectivamente, cambiarle la vida a alguien. En una ranchería de México, una casa de mujeres maltratadas en Lima y, por qué no, un penal colombiano.
De modo que le conté cómo pensaba que debíamos hacerlo. Y juntos buscamos al escritor Juan Marsé y le contamos lo que queríamos hacer. Marsé nos recibió en su estudio una tarde de primavera. Y yo le conté lo que hacíamos en el colectivo y Arteta le contó lo que él cree que quieren leer los presos de la Tramacúa. Recientemente había logrado hablar con un directivo del Instituto de Prisiones y él había aceptado recibir una donación del colectivo FU de más de trescientos libros y promover un proyecto que, bajo el nombre de Libroterapia, no sólo facilitaría la creación de una biblioteca en la Tramacúa sino que evitaría que los mil quinientos presos que viven ahí como si estuvieran radicalmente solos pudieran durante el tiempo que pasan en sus celdas, salir.
Ahora sólo faltaba contárselo a Juan Marsé, pedirle que nos hiciera una lista de los trescientos libros que él considera que debe tener una buena biblioteca destinada a un lugar como aquel y entonces sí: convertir la lista en un archivo de datos, mandarlo a amigos, editoriales, librerías y universidades y encontrar un punto de recepción para donantes anónimos en Barcelona. Y estamos listos. En cuanto Juan Marsé nos entregue la lista que está haciendo en estos días, pediremos los libros, sustituiríamos las tapas duras por tapas blandas para evitar que los presos usen las cubiertas como caletas para esconder cosas, haremos paquetes de unos veinte kilos cada uno y los mandaremos a Colombia.
Junio 2010. Lima, Perú.
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